A veces me cuesta admitir, en voz alta, que mi nuevo hogar en Santa Cruz de la Sierra no es el lugar más inspirador para establecerme en toda Bolivia. Llámeme una idealista, pero me gusta creer que el lugar donde se echan raíces es emocionante y estimulante. Debe ser algún lugar que le motiva y mueve, que es refrescante y rejuvenece.
En mi experiencia, Santa Cruz ha demostrado ser cualquiera otra cosa que lo anterior.
Sin embargo, yo afortunadamente no tengo que ir muy lejos para encontrar la inspiración que deseo porque existe un lugar así, y a no más de dos horas de donde vivo, al pie de los Andes bolivianos. Cuando llegan los fines de semana no hay nada que espero más que empacar la vagoneta para un corto paseo al sur.
Destino: Samaipata. Es el centro de turismo para el este de Bolivia y un crisol de más de 25 culturas que se han asentado en el “alto lugar de descanso,” como se traduce desde su origen quechua.
A mitad de camino, en el viaje de 120 kilómetros de Santa Cruz a Samaipata, los mercados desordenados desaparecen de la carretera y el aire fresco de la montaña le golpea mientras el camino asciende hacia arriba y hacia el interior del valle. Por aquí yo usualmente saco mi cabeza por la ventana, lengua ondeando al viento como un perro, alborozada por la aventura y la belleza del paisaje.
Cada estadía en Samaipata ha sido completamente única. Hemos dormido en hostales, quedado con amigos en sus quintas y alojado en habitaciones alquiladas en varias casas de huéspedes. Esta vez queríamos algo diferente. Además del ambiente descansador y relanjante ofrece Samaipata, buscabamos un ambiente más íntimo. Un lugar que se sintiera cálido y casi tan cómodo como sentirse en casa.
Lo que nos llevó a El Pueblito.
El Pueblito es un exquisito hotel boutique inspirado por un pueblo colonial y construido como tal. Es pintoresco y acogedor, compuesto solamente de diez habitaciones diseñadas como tiendas de la ciudad que se alinean en la plaza principal del hotel. Además, el complejo es completo con su propia capillita, piscina, torre de observación y loritos amigables con ganas de saludar a cada huésped. Debo decir, las aves bilingües son una atracción de otro nivel.
Llegamos a El Pueblito al atardecer, justo a tiempo para disfrutar la caída del sol sobre las panorámicas vistas del valle. La noche estaba preciosa y aunque el clima no ayudó todo el fin de semana, las nubes nos regalaron un espectáculo como se ven en las fotos que siguen.
A 1.750 metros sobre el nivel del mar la noche se enfría rápidamente y estábamos esperando la oportunidad de sentarnos alrededor de la fogata en el centro de la plaza (como se muestra en la segunda imagen de arriba, a la izquierda). Sin embargo, la hora de la cena se acercaba y después de manejar toda la tarde sólo había una cosa en nuestra mente: comida. Y mucha!
Antes de bajar al valle para cenar en uno de nuestros restaurantes favoritos en Samaipata, La Luna Verde, nos paramos para ver lo que estaba cocinando en el “city hall.”
Era una noche tranquila con poca gente en el restaurante, lo cual es raro considerando que los fines de semana el hotel se llena rápidamente en con otros cruceños que vienen por el fin de semana corto como nosotros. (Por esta razón, me han dicho que las reservas siempre son muy recomendables.) A pesar de la vacancia, el restaurante todavía estaba lleno de los olores ricos de fricasé, un guiso local y picante, y otros platos bolivianos.
Volviendo a nuestra habitación después de la cena nos paramos nuevamente a mirar la callada ciudad debajo de nosotros y ver las nubes cubriendo las montañas y deseándonos las buenas noches.
Hasta nuestra alarma a las 5:30 de la mañana siguiente el clima no había cambiado mucho. En el mirador las nubes todavía estaban bajas mientras saliamos para una caminata de 13 horas para observar cóndores en su hábitat natural. (¿¡Se nota que este mirador fue mi lugar favorito de todo el hotel?!)
Para describir la caminata en una palabra: empapado. El camino estaba lleno de barro, nuestro grupo mojado, y la vista obstruida. Pero voy a guardar los detalles de nuestra experiencia para otra publicación y paso directamente a los tragos. Después de llegar a Samaipata muy tarde nos llenamos con hamburguesas y unas cervezas en La Boheme, el boliche local.
El domingo el sol estaba en nuestras caras, brillando como nunca y estoy segura, invitando a salir a todos los cóndores que se escondían el día anterior. Ni modo. Pasamos la mañana recorriendo algunas de las otras casitas de El Pueblito antes de despedirnos.
Cada una de las habitaciones y cabañas rústicas de El Pueblito son temáticas y bien nombradas como los establecimientos de un pueblo verdadero, incluyendo la taberna, la biblioteca, la panadería y la casa de las abejas. Nos alojamos en “La Florista,” mostrado en la foto de arriba, y quedamos impresionados por la gran cantidad de detalles artesanales, que se muestran a continuación. Toda nuestra habitación del piso al techo había sido tocado con la brocha de una artista y fue la habitacion con la decoraciones más lindas de todas las que vimos. Solicíte “La Florista” durante su estadía!
La Carpintería (arriba) es mucho más simple en comparación, pero tan cómoda como las otras.
¿¡He mencionado los detalles de todo el pueblo?! No puedo expresar bastante lo hermoso que es todo el arte por toda la propiedad. Muchas de las obras intrincadamente pintadas de todo el resort también están disponibles para su compra en el estudio y la tienda de regalos de las artesanas. Esa botella de vino de pie que se ve ahí, ¡yo la quiero para cuando volvamos! Mi amigo holandés comentó cómo estaba igualmente impresionado con los detalles y describió cómo el hotel se parece mucho a los pueblos del interior de Holanda. Yo también leí en el libro de visitas que otros visitantes han bautizado el hotel “pequeña Suecia.” Para mí, es un pedacito de paraíso.
Aunque fue un corto viaje, era exactamente lo que necesitábamos para refrescar y recargar antes de volver a nuestra ciudad inquieta de Santa Cruz. Si ustedes se encuentran en el oriente de Bolivia, este no es un lugar para perderse!
Samaipata is a wonderful town. I hope to visit the little hotel next time we are there.